Aniversarios

13/6/2022

Malvinas: a 40 años de la rendición en Puerto Argentino

Un 14 de junio, al día siguiente cae Galtieri.

Prisioneros de guerra argentinos el 15 de junio.

Las guerras tensan las situaciones políticas en grado sumo y la derrota suele ser deletérea para el gobierno vencido. La “breve” guerra de Malvinas no fue la excepción.

El lunes 14 de junio, setenta y cuatro días después del desembarco en Malvinas, el general Mario Menéndez fue autorizado por la dictadura a iniciar conversaciones con los ingleses “siempre que ello no comprometiera el honor de las fuerzas armadas”, un eufemismo para avalar la rendición. Publicada la noticia en los diarios de la mañana del 15 se desató una violenta respuesta popular que retrotrajo la situación a los enfrentamientos vividos días antes el 30 de marzo. Plaza de Mayo y el centro de la Capital Federal se convirtieron en un virtual campo de batalla en el cual miles de trabajadores y estudiantes nos enfrentamos a la policía.

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Un cuadro de situación

La dictadura militar había sufrido una crisis hacia finales de 1981. El general Roberto Viola, a cargo de la presidencia, había sido reemplazado, en un “golpe dentro del golpe”, por el general Galtieri.

Viola había subido al poder para conjurar la bancarrota económica del final del gobierno de Videla. La política de Martínez de Hoz había conducido al país a una crisis bancaria y la solución del ministro había sido, hacia principios de 1981, iniciar una serie de devaluaciones. El “problema” de la deuda externa reaparecía. La dictadura se enfrentaba a vencimientos impagables.

La política de Viola se dirigía a devaluar y estatizar la deuda, algo que el gran capital necesitaba cada vez más. Por otra parte, la burguesía reclamaba, una vez cumplido el propósito represor, una mayor participación en el gobierno. Una idea que había sido formulada por la “renovación” del radicalismo: Raúl Alfonsín, que hablaba de un gobierno de coalición cívico-militar. Ejemplo de esto fue la incorporación de Oscar Camillión, un futuro ministro de Alfonsín, al gabinete como canciller. La UCR además fue convocante de la Multipartidaria, una reunión de los principales partidos de la burguesía con el aval empresarial y de la Iglesia, que se reunió por primera vez en julio de 1981.

Lorenzo Sigaut fue designado ministro de Economía, Hacienda y Finanzas para llevar adelante la tarea. Una de sus primeras frases todavía resuena en el imaginario popular: “el que apuesta al dólar pierde”. Acto seguido devaluó el peso en más del 30%. El dólar que valía $4.400 en julio tocó los $10.000 en octubre.

El respaldo de la burguesía al ‘violismo’ no fue suficiente. Un sector mayoritario de las fuerzas armadas no acordaba con la posibilidad de una entrega cercana del poder. La política criminal que habían ejecutado (y que continuaba, aunque en menor medida) no les permitía organizar todavía una retirada, menos aún en las condiciones críticas en que se encontraba la economía. Además, el “humor social” comenzaba a serles contrario. Tres aspectos de esto fueron el paro con movilización del Smata el 17 de junio de 1981 (una huelga con movilización a la Plaza de Mayo que terminó con 1.100 detenidos), la convocatoria cada vez más numerosa de las marchas de Madres y Familiares, y, por último, la movilización a San Cayetano del 7 de noviembre convocada por el nuevo secretario de la CGT, Saúl Ubaldini. El “se va a acabar la dictadura militar” empezaba a escucharse.

El 11 de diciembre cayó Viola, y, luego de un corto interregno a cargo del contraalmirante Lacoste el 22 de diciembre, Leopoldo F. Galtieri asumió como presidente. El “ala dura” militar se propondría la tarea de rescatar al capital bancario mediante una depuración de todo el sistema financiero.

La revista Humor satirizó la situación como “El naufragio del Proceso”. Política Obrera (nombre del actual Partido Obrero) fue aún más allá y señaló el futuro naufragio de los nuevos “timoneles”: “El gobierno de Galtieri está acabado” (Política Obrera nº 327, 2 de marzo de 1982). La dimensión de la crisis, las políticas económicas que la agudizarían propuestas por el ministro Roberto Alemann y el reanimamiento del movimiento obrero eran las bases de esta afirmación.

Menos de un mes después, un sector de la burocracia sindical convocó a marchar a Plaza de Mayo. El 30 de marzo miles de obreros y estudiantes disputamos las calles a la dictadura en un enfrentamiento que duró todo el día. Quedaba claro que estaban planteadas “Manifestaciones de masas y huelgas activas” como había titulado, un mes antes, el periódico Nº 327.

La aparición de la “cuestión Malvinas”

La ocupación de Malvinas no fue algo totalmente imprevisto. Entre los antecedentes de la guerra se menciona el desembarco y posterior izamiento de la bandera argentina en Puerto Leith en la isla Georgia del Sur el 18 de marzo. Una operación privada en principio realizada por obreros argentinos (posiblemente con marinos disimulados entre ellos, tal el plan de la Armada) que debían desarmar instalaciones para vender como chatarra. Inglaterra protestó diplomáticamente y el canciller argentino Nicanor Costa Méndez garantizó al gobierno británico que los obreros se retirarían a la brevedad y que el gobierno argentino era ajeno al incidente.

Ya a principios de marzo, el diario La Nación había titulado en tapa “Nueva política para las islas Malvinas”. Lo hacía en relación a las conversaciones que se venían realizando en Nueva York entre representantes argentinos y británicos en el marco de las negociaciones sobre las islas Malvinas. La bajada del título señalaba que “El gobierno endureció su actitud al reservarse el derecho de tomar otras medidas si no dieran resultado las reuniones mensuales propuestas para ‘acelerar verdaderamente al máximo’ la negociación”. El embajador británico en Argentina, que había participado de las negociaciones junto con un grupo de malvinenses, se había llevado sin embargo “una impresión positiva” (La Nación, 2 de marzo de 1982).

Para La Prensa, otro medio representante de la burguesía, “el gobierno norteamericano habría expresado su ‘comprensión’ en relación con la nueva postura de Buenos Aires y también su convicción de que la recuperación de las Malvinas constituye [una condición] para el establecimiento de una adecuada estructura defensiva occidental en el Atlántico Sur, de cara a la penetración soviética en la zona” (La Prensa, 3 de marzo de 1982). El imperialismo planteaba así la creación de bases militares en las islas, argentinas, chilenas o yanquis, que pudieran controlar eficazmente el área, más de lo que podía hacer una debilitada, por los ajustes thatcherianos, fuerza británica.

Los medios británicos también estaban conscientes de la situación y los posibles planes de la dictadura. “La Argentina está considerando una amplia gama de opciones para una ‘acción unilateral’ […] si Gran Bretaña no está dispuesta a hacer concesiones. Esto incluye iniciativas en las Naciones Unidas, una ruptura en las relaciones diplomáticas y, en última instancia, una invasión de las islas (¡!)” (Latin America Weekly Report, 12 de marzo).

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La guerra

En este marco, la dictadura militar se decidió a ocupar Malvinas. El diario Crónica tituló con una palabra que, con otro significado, se haría popular veinte años después: “Argentinazo: las Malvinas recuperadas”. “Hoy es un día glorioso para la patria. Tras un cautiverio de un siglo y medio, una hermana se incorpora al territorio nacional” señaló La Razón. La Nación fue más cauta y medida y habló de “Desembarco argentino en el archipiélago de las islas Malvinas”. Todos estos titulares contrastaron radicalmente con el del partido: “Malvinas. Para luchar contra el imperialismo ningún apoyo a la dictadura” (Política Obrera nº 328, 5 de abril de 1982).

El periódico partidario planteaba allí los elementos centrales de nuestra política frente a la guerra:

Que la ocupación planteaba una crisis internacional. Que la recuperación de las islas no constituía un acto de soberanía ni antiimperialista sino una acción distraccionista emprendida por una dictadura en crisis. Que la dictadura y tampoco la burguesía estaban dispuestas a luchar contra el imperialismo, sino que inevitablemente traicionarían toda lucha nacional. Que la clase obrera tenía que mantener su independencia política frente a la dictadura y la burguesía nacional ‘multipartidaria’ si quería desarrollar una acción antiimperialista.

Asimismo, señalaba el dilema de hierro al que se enfrentaba el gobierno:

“La dictadura tiene ante sí dos alternativas: o consigue insertar la ocupación de las Malvinas en un acuerdo con el imperialismo, o se decide a pelear para salvar el honor. En estos dos casos su dislocamientointerno se hace inaplazable: en el primero, porque su desprestigio entre las masas y los sectores patrióticos se hace brutal, conjugándose con todo el impasse del régimen, en el segundo porque se rompe su frente interno con el gran capital” (Política Obrera Nº 328, 5 de abril de 1982).

Con este posicionamiento político, distribuido entre la militancia a tres días del desembarco y discutido profusamente en la semana, el partido se lanzó a la lucha.

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¿Cuáles fueron los ejes de la posición del partido?

En primer lugar, la caracterización del enfrentamiento y de la ubicación de los revolucionarios en él.
“Cuando una nación oprimida, como lo es la Argentina, se encuentra en una situación de conflicto, e incluso de guerra, contra una o varias naciones opresoras -en torno, precisamente, a una reivindicación nacional indiscutible- ello no significa que el gobierno burgués ocasionalmente en la dirección del Estado, ni la clase burguesa en su conjunto, hayan modificado su naturaleza histórica antinacional” (Política Obrera Nº 329, 9 de mayo de 1982)

Esto que parecería claro frente a un gobierno burgués “democrático” era impugnado por sectores de la izquierda dentro y fuera del país. Rafael Santos menciona las lógicas dudas iniciales, luego superadas por el movimiento de libertades democráticas

La posición del partido fue clara y terminante:

“El apoyo a la nación oprimida debe ser incondicional, lo que significa: independientemente del gobierno que circunstancialmente la dirige. Cualquier otro planteamiento equivale a admitir que la derrota del país sometido a manos del imperialismo, puede ser conveniente para la causa del proletariado mundial” (Política Obrera º 330, 12 de junio de 1982).

En segundo lugar, el señalamiento de que tanto la dictadura como la burguesía no se proponían de ninguna manera luchar contra el imperialismo y, por el contrario, se preparaban más temprano que tarde para capitular frente a él. Dos manifestaciones de esto: por un lado, la negativa férrea a cualquier acción contra los intereses imperialistas en el país en nombre del respeto a la “propiedad privada”, por el otro, los numerosos llamados a la mediación yanqui y el planteo de retiro de tropas a cambio de la continuación de las negociaciones.

En tercer lugar, la denuncia del papel del imperialismo y el Papado procurando una derrota de la Argentina y su aceptación por parte de la población. En ocasión de la llegada de Juan Pablo II (el querido por ‘todo el mundo’, así se lo presentaba), el Partido desplegó una movilización y agitación sin precedentes volanteando un millón de mariposas con el texto “Si quieres la paz aplasta al imperialismo agresor”.

Por último, un plan de lucha total contra el imperialismo en el territorio nacional mediante la expropiación del gran capital imperialista, el armamento de la población y la satisfacción de las reivindicaciones de las organizaciones de familiares de desaparecidos y de todo el movimiento obrero.

El “principal peligro”

El 12 de junio, tres días antes de la capitulación, el periódico 330 se planteaba cuáles eran “los intereses del proletariado”

La ocupación y luego la guerra habían funcionado como un bloqueo al ascenso del proletariado que se había expresado con fuerza el 30 de marzo.

“Las direcciones obreras desmovilizaron a la clase y se han integrado al ‘acuerdo nacional’ con la dictadura y con el propio imperialismo –pues plantean la paz negociada y la intocabilidad de los intereses económicos y políticos de éste en Argentina.

El principal peligro ahora es que la clase obrera sea llevada a apoyar al polo burgués democratizante, que busca un compromiso con el imperialismo, y que ni siquiera quiere imponer la vigencia plena de las garantías democráticas, puesto que postula un gobierno de ‘transición’” (Política Obrera nº 330 12 de junio de 1982)

¿Cuál debía ser la política de la clase obrera? ¿Cómo se podría retomar el camino del 30 de marzo y explotar la crisis?

El periódico señalaba la necesidad de que “la acentuación del despertar antiimperialista, las divergencias inevitables entre la burguesía y la pequeño burguesía, que resultarán del agravamiento de la crisis y de la derechización de la primera; la lucha a muerte contra el polo burgués; la puesta en pie del proletariado [se conjugaran] con la táctica política de conformar un frente revolucionario antiimperialista”(Política Obrera nº 330, 12 de junio de 1982)

“Miserable capitulación. Fuera la dictadura”

Esa fue la tapa del periódico 330 extra del 15 de junio.

“La actual derrota y capitulación es apenas la consecuencia de la política de postración ante la flota y la alianza angloyanqui seguida por el régimen militar desde el mismo 2 de abril” se continuaba señalando. La dictadura, consecuente con su política proimperialista que la había llevado al golpe del 24 de marzo, se había negado a movilizar al país a un enfrentamiento con el imperialismo.

“No solo no se tocó ninguna de las empresas imperialistas, y se pagó y se prometió pagar pasara lo que pasase la fabulosa deuda externa contraída por la dictadura, sino que el capital extranjero recibió total salvaguarda y fabulosos subsidios” (Política Obrera nº 330 extra, 15 de junio de 1982).

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La participación de los estudiantes de Filosofía y Letras y el recuerdo del ‘combate’ de Plaza de Mayo

La guerra había favorecido una liberalización de la actividad política en el país. También en las facultades. En Filo-UBA habíamos conseguido poder agitar y discutir abiertamente. También reclamamos y obtuvimos la cesión de un aula para la recolección de aportes de provisiones para los soldados. Esta actividad solidaria nos permitía el agrupamiento de los compañeros y la deliberación que, por supuesto, no se limitaba a la situación bélica, sino que se extendía también a las posiciones políticas generales.

Anunciada la rendición marchamos, no recuerdo ahora si en subte o caminando, desde plaza Houssay (sede anterior de la Facultad) hacia Plaza de Mayo que, como otras tantas veces, se había convertido en el epicentro de los reclamos.

La policía se mantuvo al principio distante y desorientada. Daniel Sierra recuerda incluso que se produjo un quiebre entre algunas unidades y que parte de los uniformados se sacaban la gorra y se pasaban de bando. La indignación había calado fuerte incluso en las fuerzas represivas.

Cuando la situación escaló, la policía comenzó la represión. Y con ella la respuesta popular. Unos cinco colectivos fueron incendiados y el humo permitió dispersar los gases lacrimógenos que inundaban la plaza y sus alrededores. Empezamos a replegarnos por Avenida de Mayo y la Diagonal Norte principalmente. A medida que retrocedíamos se sucedían enfrentamientos y destrozos. Muchos de los trabajadores que salían de las oficinas y bancos se sumaban a la lucha. En la esquina de la Diagonal Norte con Maipú se encontraba el Banco Di Napoli (actualmente el Comafi) que en ese momento estaba en obra con andamios. La gente desarmaba las estructuras tubulares y las usaba contra la policía y las vidrieras.

Los enfrentamientos continuaron y se extendieron hasta la zona de Congreso. Por la calle Sarmiento a la altura de Montevideo nos topamos con un celular de la policía que avanzaba disparando balas de goma a diestra y siniestra.

El 30 de junio había detonado la derrota militar.

Un balance y una perspectiva

La dictadura estaba acabada producto de su propia crisis y el manotazo de ahogado del desembarco en Malvinas había sido eso: un último manotazo que terminaba por hundirla.

Pero “no se trata sólo de la bancarrota militar, sino de la evidencia de la incapacidad total del régimen para defender a la nación y al estado nacional” (Política Obrera Nº 330 extra, 15 de junio de 1982). Incapacidad de la dictadura y también de su “oposición” burguesa nucleada en la Multipartidaria que no había planteado ningún enfrentamiento nacional contra el imperialismo sino que, por el contrario, su política de “paz” y apaciguamiento había seguido la línea planteada por el Papa y los EEUU.

La burguesía, que venía preparándose para un recambio político desde la asunción de Viola, tenía ahora, al igual que el imperialismo, la urgencia del mismo, frente a un gobierno en total bancarrota. El Partido dejaba claro que la burguesía pretendería hacerlo a expensas de los trabajadores. Frente a esto, la clase obrera tenía “dos opciones: o impone su salida, una salida antiimperialista (expropiación del capital imperialista, estatización de la banca, del comercio exterior y de todas las empresas en bancarrota [a contrapelo de la salida que llevará adelante Cavallo desde el Banco Central], planificación centralizada de la economía, aumento salarial, congelación de precios, etc.) o será aplastado por la miseria en que lo sumirá el proceso de concentración, monopolización y recolonización que lanzará el capital imperialista aliado al gran capital nativo.

Para ello se impone en primer lugar criticar a muerte cualquier forma de gobierno de transición que permita salvar la continuidad del actual régimen, sea éste cívico como pretende Alfonsín, cívico-militar como plantea el Partido Comunista, o militar como reclama la derecha nacionalista.” (Política Obrera nº 330 extra, 15 de junio de 1982)

Esta clarificación política permitió al partido una intervención correcta en los sucesos posteriores, una clara delimitación de los partidos burgueses y el estalinismo nucleados en la Multipartidaria, una crítica temprana de la ‘institucionalización’ y una denuncia rápida de los propósitos del gobierno alfonsinista.

En menos de veinte años el Partido que había intervenido correctamente en la gran alza del proletariado que significó el Cordobazo y el período que se abrió con él, que había hecho frente a las ilusiones en el gobierno del nacionalismo burgués del 73, que había orientado a los trabajadores en la crisis de ese nacionalismo con las huelgas de junio-julio de 1975, que había combatido a la dictadura más sangrienta vivida en el país, acababa de superar el desafío planteado por una guerra contra una potencia imperialista.

Con ese capital político entrábamos a la nueva etapa.

 

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