Aniversarios

20/10/2025

VARIACIONES EN ROJO

Mariano Ferreyra, nuestro otro yo

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Mariano Ferreyra.

0# Presentación

Este lunes se cumple un nuevo aniversario del asesinato de nuestro compañero Mariano Ferreyra, a manos de una patota de la burocracia sindical de la Unión Ferroviaria de José Pedraza, mientras luchaba por el pase a planta de los trabajadores ferroviarios. La fecha permite recrear las peores injusticias junto al más intrínseco espíritu de lucha del pueblo argentino. 

La única nota de esta entrega va dedicada a este tema, en lo que intenta ser, a la vez, una reflexión y un homenaje. Vamos. 

1# Mariano Ferreyra, nuestro otro yo

Una historia modificada no es menos verdadera que una real. Al menos no siempre. 

I

Se quedará toda su vida pensando en esa bala que le pasó por al lado.  

Mariano Ferreyra hizo todo lo que tenía pautado. Se juntó en el local con sus compañeros del Partido y del Polo Obrero de Avellaneda. Se dirigió hacia donde estaban los trabajadores tercerizados para pedir el pase a planta de mil compañeros. Decidieron todos juntos que no había forma adecuada de hacerlo sin cortar la vía, porque a grandes injusticias, grandes métodos de lucha. 

Siempre le habían resonado como música amigable la combinación entre tres significantes fuertes. “Plan de lucha”. Siempre. 

Ahora estaba ahí, del otro lado del puente, en Barracas, cuando una patota de la Unión Ferroviaria del vecino de Puerto Madero José Ángel Pedraza los fue a buscar. Los códigos barriales indican que el fierro es un acto patoteril de cobardía. Las balas que vos tiraste, Pedraza. Mariano Ferreyra quedó hipnotizado cuando se dio cuenta de que vio una bala. Porque el que cayó en el piso es su amigo, compañero, casi hermano, Carlos González. 

La ruptura de la matrix le hará olvidar los detalles de los acontecimientos. Que la ambulancia, que le dijiste a la familia, que a dónde vamos, que el Argerich, que pasó lo que no puede ser que haya pasado. Mariano Ferreyra ni ahí, ni con sus compañeros ni en el poco tiempo que tuvo para pasar de su casa de un día al otro se quebró. Solamente mojó las mejillas antes de ir al acto del día siguiente, con 100.000 personas en Plaza de Mayo.  Le pasó cuando decidió caminar por las vías del tren haciendo pintadas con aerosol que pedían justicia por su amigo. 

Y entonces, ahí sí, Mariano Ferreyra lloró. 

Una historia modificada no es menos verdadera que una real.

II

Palabras. Le pasaba a él y vale para cualquiera, pero ahora hablamos de él. Las palabras pesan, los sentidos toman forma, las ilusiones dan vida. Hay dos palabras que juntas, hace quince años, significan demasiadas cosas. “Demasiadas” es diferente que “muchas”, porque marca una cantidad por contraste. Es más de lo que debería. Esas dos palabras son un nombre propio. Mariano Ferreyra. 

III

La indignación le corrompió el cuerpo. No pudo. Lo había pensado muchas veces. “Viene el juicio, tenés que estar tranquilo”. A la falta de laburo se le sumaba una situación de estrés: pasar durante muchas semanas por los magistrados por el asesinato de su amigo Carlos. En general, venía bien. Su declaración fue precisa, sin sollozos ni angustias demostrables. Pero cuando el 19 de abril del 2013, en Comodoro Py, José Pedraza dijo de frente que la bala que mató a Carlos rozó su corazón, fue mucho. “Hijo de mil puta”, fue lo más suave.

Hasta ese momento, el juicio había sido todo un proceso de formación política para él. Sus  abogadas -a saber, Liliana Alaniz (“Rayu”, para los amigos), Claudia Ferrero y María Del Carmen Verdú- hicieron eje en una “triple alianza antiobrera” que terminó en el asesinato de González: el Estado, con las fuerzas de seguridad y los vínculos de todo tipo con el poder; la burocracia sindical, un cúmulo de dirigentes enriquecidos que entregaban -y entregan- a los laburantes, la patronal, que es la patronal, y encima tejió alianzas ilegítimas con los dos anteriores. 

Pedraza fue calificado por la actual presidenta Cristina Fernández de Kirchner como parte de un “sindicalismo que construye”, mientras que Aníbal Fernandez, ministro planta permanente, explicó que las fuerzas de seguridad habían tenido un accionar correcto.  Carlos Tomada, ministro de Trabajo, le decía “querido” a Pedraza, en una conversación telefónica.

“Un curso marxista del Estado en un tribunal”, jodía con sus amigos militantes. Pero la frase del criminal, en su último acto de impunidad, lo sacó de las casillas. 

No lo quiso admitir, pero levemente sonrió cuando escuchó la frase  “condenar, a José Ángel Pedraza, a la pena de 15 años de prisión”. Él quería perpetua, pero sonrió. “Lo hicimos nosotros, todos”, dijo. 

Esa noche durmió más tranquilo. Pensó que Elsa Rodriguez, gravemente herida aquel 20 de octubre, seguro también ponía más cómoda la cabeza en la almohada. El sábado y el domingo, Mariano descansó. El lunes se levantó con el teléfono sonando: era una fábrica metalúrgica de Avellaneda, que lo llamaba para trabajar.  

IV

Lucha. Pensar que el mundo se puede cambiar sin pelea tiene como premisa objetiva que el planeta no es injusto. Puede sugerirse una conclusión más ridícula aún: algún día los que tienen el poder le regalaran concesiones a los que no. Si ninguna de esas hipótesis son tomadas como válidas, sólo queda luchar. Luego vendrá el cómo, el cuándo, el dónde, pero sin omitir ese primer elemento. Mariano luchaba. Cuando pintaba carteles del CBC con la consigna “Nacionalicemos el Estudiantazo” en 2010, en cada agitación del gremio gráfico, en el acompañamiento de la Federación Universitaria de Buenos Aires (Fuba) -dirigida por el PO- a los trabajadores tercerizados del ferrocarril en Avellaneda, aún con el temor de los ataques de la burocracia sindical. Mariano luchaba. 

V

“Nunca se separen del cordón, eh”. Lo que luego será un grito ahí era un susurro. Despacio, que nadie se diera cuenta de lo que estaba por pasar. Esto no era joda. El calendario dice 14 de diciembre de 2017 y Mauricio Macri y los suyos querían llevar adelante una Reforma Previsional. En realidad es un eufemismo: una combinación de palabras lindas para cagar a los viejos. A Mariano Ferreyra, de 30 años, se le había asignado un rol en la seguridad de la columna militante. 

En el retroceso los gases se adueñaron de su sistema respiratorio cuando cayó al piso. Se acordó de Carlos, de Barracas, de Pedraza. Una compañera suya le extendió la mano y lo levantó. “Dale, Marian, dale”. Camila, también de zona sur, pero de Lanús. Por primera vez ese día, mientras volaban piedras, Mariano sonrió. 

Esa tarde fue de gloria. Terminó desconcentrando por la calle Rodriguez Peña cantando “somos de la gloriosa juventud piquetera, la que corta las rutas junto a la clase obrera”. Macri perdió entonces ganó él. Ellos. “Para vos, Carlitos” exclamó, mirando al cielo celeste de los ateos. 

Tuvo que “aguantar los trapos” junto con los compañeros de la zona sur, cerca del obelisco. Volvieron, unas horas más tarde, todos en el 37. Quedó al lado de Camila mientras todos los compañeros se fueron bajando. Los temas de conversación fueron desde el sentir de las balas de goma de la policía hasta si la pizza a la piedra era mejor que la otra pizza, cuyo nombre no se acordaban. Se despidieron con un abrazo y, sobre todo, con una sonrisa. 

Debajo de la luna de Avellaneda se preguntó si le gustaba Camila, en un pensamiento que alternaba con las vicisitudes políticas del actual gobierno nacional. Pero, antes que nada, pensaba en Camila. 

Lo primero que hizo cuando llegó a su casa fue buscar un poema, escrito por él mismo, en 2007. Decía (o dice) así: 

Te extraño.

Sin vos mis labios vuelven a ser labios.

Sin vos mis manos son solo manos.

Sin vos mi cama vuelve a ser solo una cama.

Sin vos mis idioteces solo son idioteces.

Todo sin vos son solo cosas sin sentido.

Necesito verte reír, pidiéndome besos,

sentir tu respiración. Besarnos antes de dormir,

dormidos, despiertos, enojados.

Tus besos son mucho más que besos.

Tu mirada mucho más que una mirada.

Te necesito mucho.

VI

Militancia. Curiosa concepción del mundo tiene el militante: no duda de poder cambiarlo. Tampoco de su capacidad para modificar el rumbo inquietante de los acontecimientos. Mariano Ferreyra era eso: tenacidad, convicción, integrar la transformación del planeta a una dinámica de vida. Leer, formarse, organizarse, pasar por cursos, patear los comedores.  Luchar junto a los explotados del sistema, los trabajadores. A veces escribir es dejar que otro hable. Sobre todo uno que no puede opinar ahora. Mariano, en 2004, definió muy bien lo que era militar, cuando no tuvo otra que cantarle la justa a aquellos que le decían que, en su secundario, había que callarse la boca ante los atropellos: “¿Qué es hacer política? Hacer política es despertar la conciencia de los estudiantes para luchar por las becas, las viandas, la educación pública, y que solo eso se consigue arrancándoselo al Estado con la movilización de la juventud”. 

VII

Lo último que vio de ese predio fue una casilla prendida fuego. Mariano Ferreyra tuvo que correr de una cacería brutal por parte de la policía de Sergio Berni y Axel Kicillof por haber ido a apoyar a los vecinos de Guernica, en plena pandemia, que se encontraban pidiendo vivienda digna. Cuando llegó a la calle principal, se dio cuenta de que faltaban compañeros. “Sí, los agarraron” le dijeron, sin que pregunte, solo por su cara. 

Había laburado mucho Mariano apoyando la toma. Desde el primer día se habían dedicado al asunto, con sus compañeros del Polo Obrero. Con los pibes del terciario de Avellaneda y del CBC (que no se cursaba presencial) había organizado festivales de apoyo y repartos de comida para toda la gente. Participaba, bancando a sus compañeros, en cada una de las asambleas. Hablaba de los sin casa en cuanta oportunidad tuviera. 

Mariano acompañó el acto y luego empezó la incertidumbre. Estuvo como una hora en una ronda de personas que no podían descifrar a dónde llevaban a sus compañeros. Hasta que uno dio en la tecla: “Van a la comisaría de La Plata”. Salieron como siete para allá en un auto, todos apretados. Lograron cantar “libertad, libertad a los presos por luchar” mientras el móvil policial, con sus compañeros, estaba entrando. Y ahí a esperar. 

Tres horas después se abrazó con los pibes que salían, entre aplausos, de la alcaidía. Hicieron un acto en la plaza que quedaba a tres cuadras. “Hoy me acordé de Carlos González” dijo uno, micrófono en mano. Y Mariano Ferreyra, antes de que termine su discurso, lo abrazó. 

VIII

Poder. A la militancia revolucionaria la caracteriza una certeza doble: por el poder y contra el poder. “Por”, porque hay una clase social que se esconde detrás de bambalinas democráticas y falsas neutralidades. “Contra” porque, si se toma lo primero, nada puede realizarse con sectores del status quo. Mariano, vaya sorpresa, lo sabía. Y se dispuso a hacerlo con el cuerpo. La rutina a veces peca de expresar normalidad: no es de un día para el otro que un estudiante de 23 años decide apoyar a trabajadores tercerizados que enfrentan a una patronal y a su principal caballo de batalla, la burocracia sindical. En este caso, explícitamente empresaria. No es soplar y hacer botellas: implica organización, discusión, conclusiones políticas. ¿No tienen sentido del peligro? Lo tienen, lo tenemos, pero junto a él va la invaluable afirmación de que al poder real se lo combate. 

IX

Él no lo iba a admitir, pero algo de miedo había. “No sé por qué pero siento que la militancia, el Partido, el Polo Obrero, de alguna forma lo van a resolver”, le dijo uno de sus compañeros, y lo convenció. El microcentro porteño estaba en un proto-estado de sitio. El día anterior la ministra Patricia Bullrich dijo que no pasaba nadie, que los piquetes se habían desterrado para siempre. Pero es 20 de diciembre de 2023. Y Mariano es piquetero. 

Hay momentos bisagra que no son detectados en el momento de esa misma bisagra. Una oscilación policial, en un hueco, dio lugar a que la columna de un paso al frente. La movilización avanzó. Lo primero que vio Mariano Ferreyra cuando llega a la Plaza de Mayo es una bandera partidaria con la cara de Carlos González. “Lo hicimos”, dijo, y el mundo mejoró un poquito. 

X

Clase. Socialista. Mariano era socialista. Conclusiones del pasado, análisis del presente, miradas de futuro: las injusticias sociales no son ni errores ni deudas, se desprenden de una dinámica de relaciones puntuales. Y encima este sistema se va a la mierda. Hay una relación entre eso y la actuación: si existe un mundo entero por cambiar vale la pena dar todo. Uno de sus amigos más cercanos me cuenta que era increíble su capacidad para no frenar nunca. “Yo a veces me iba a cursar, él era como que nunca dejaba la militancia”. A Mariano le tocó dejar la vida por dedicar su andar a pelear contra las penumbras del capitalismo. Quizás haya entre la peor tristeza, alguna sonrisa de consuelo. O quizás no. Mariano era socialista. Viva el Socialismo. Viva Mariano. 

XI

“El lunes quisiera hablar, si se puede”. La frase sorprendió, no por su tono humilde, sino por la acción expresada. Mariano no había querido hablar nunca en los actos en homenaje a Carlos González, en Barracas, cada 20 de octubre. Pero a los 15 años agarró la posta. 

“Voy a intentar no llorar”, dijo en el escenario, y empezó su alocución con un homenaje a su recientemente fallecida compañera Graciela. Contó, luego, algunas anécdotas tiernas. 

Pero él sentía que tenía que llegar a una conclusión política de mayor profundidad. “Hay algo de lo de hoy que me lleva a ese 2010. Hay trabajadores en lucha. Acá tenemos a los compañeros de Morvillo, por ejemplo, que tomaron su fábrica contra el cierre y los despidos. Están los compañeros jubilados, que honran la lucha todos los miércoles. El gobierno de Milei nos pone a prueba. Requiere que armemos una lucha tenaz del pueblo argentino. Requiere que dediquemos toda energía, todo esfuerzo, a sacar de esta penumbra al pueblo argentino. Necesitamos, más que nunca, militancias como la de Carlos González”. 

Los aplausos fueron estruendosos. El próximo que agarró el micrófono dijo, un poco en joda, un poco en serio, “yo creo que para derrotar a Milei necesitamos a la juventud de Mariano Ferreyra”. 

XII

Nosotros. Yo no hubiera sido yo sin Mariano Ferreyra. Nunca lo conocí. Jamás lo vi en persona. La segunda injusticia más grande después de su muerte es que no haya podido ver lo que generó en nosotros. Es, en presente, nuestro “otro yo”. Nuestra bandera. Los relatos siempre toman forma de rito, pero cada pared que lo dibuja o nombra tiene detrás de sí a una persona dispuesta a cambiar el mundo por completo. Yo no hubiera sido yo sin Mariano Ferreyra. Nosotros no hubiéramos sido nosotros. Ojalá a él, con algo o alguien, le haya pasado lo mismo. 

*****

Como siempre les decimos, buen domingo de mate.