Políticas
7/6/2018
La “economía colaborativa”, o cómo explotar a la juventud trabajadora
Bajo la promesa de “ser tu propio jefe” y “ganar dinero en tu tiempo libre” se esconde la hiper flexibilización laboral.
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El fenómeno de los deliverys “a la Uber” llegó a Buenos Aires. En las últimas semanas se ha hecho masivo el despliegue de las empresas Rappi, originaria de Colombia, y Glovo, de España, que utilizan ese mecanismo. Para no perder el paso, la conocida PedidosYa sumó recientemente cadetes propios con este sistema, lo que supone una mano de obra muchísimo más barata que tener un empleado fijo porque, entre otras cosas, no se les pagan cargas sociales.
El gancho es sencillo: Al igual que con Uber, cualquier persona con monotributo al día y un medio de transporte disponible -en este caso bicicleta o moto-, puede descargarse una aplicación al celular y comenzar a actuar como cadete en la zona en que se encuentre.
La prestadora del servicio se queda con una parte del costo de la compra, que negocia con las empresas que contratan el servicio de entrega y el costo de envío, que actualmente es de $35, quedaría íntegro en manos del trabajador.
El fenómeno responde a una tendencia global en rápido desarrollo. UberEats, Kiwicampus (enfocada a los campus universitarios), iFood, Treggo y Deliveroo, entre otras, cada una de ellas con sus particularidades, representan un avance directo del trabajo en negro y la flexibilidad laboral.
Bajo diversos eufemismos para designar a los trabajadores (“glovers”, “rappitenderos”, “socios”, “colaboradores”), se evita cualquier responsabilidad al no brindar verdaderos contratos a quienes atraen a esta modalidad, que son, en su mayoría, jóvenes estudiantes.
¿Por qué (no) trabajar para ellos?
La página de Rappi orientada a las casas de comidas que quieran trabajar con ellos (“aliados”, otro eufemismo), dice: “Con Rappi, olvídate de contratar personal. Contamos con miles de Rappitenderos listos para entregar tus productos las 24 horas.”
Si, por el contrario, entramos a su página para trabajadores, enumera una serie de “ventajas” muy similares a los que utilizó Uber para atraer choferes. A saber: la posibilidad de “activarte cuando quieras”, manejando tus tiempos. Ser “tu propio jefe” “sin dejar de compartir con tu familia y amigos”.
Y, además, decidir cuánto querés ganar ya que “tu ganancia se establece por cada entrega, más propina” y ser parte de una comunidad “llena de pasión y responsabilidad”.
Estos argumentos presentan falsedades insalvables: en primer lugar, el trabajador está obligado a realizar jornadas de entre 8 y 10 horas de intensa actividad física, incluyendo domingos y feriados, para apenas acercarse a un sueldo mínimo.
Al mismo tiempo, si el trabajador se muestra como “activo” pero decide rechazar un pedido, su calificación empeora ante la empresa, que decide cuánto cobran, cuándo y dónde trabajan.
Esto se enlaza con la falsedad de que solo existen ganancias una vez que se comienza: el trabajador no solo debe disponer de su propio medio de comunicación y transporte (y en el caso de la moto, pagarse el combustible). También debe comprarles uniformes y mochilas a las empresas.
A su vez, para ser geolocalizables en todo momento por el cliente y la empresa, debe tener un plan de datos móviles ilimitado o renovarlo constantemente, también abonado de su bolsillo. La geolocalización a su vez asegura un control mucho más riguroso que el de los cadetes tradicionales.
En caso de sufrir algún accidente, la empresa por supuesto no se hace cargo. Tampoco existe la figura de las vacaciones pagas ni el aguinaldo: “Trabajás cuando querés”.
Más delirios: En el caso de Rappi, el trabajador debe pagar los pedidos que entrega con dinero de su bolsillo, y lo recupera días después. El costo del envío es de $35, o gratis si el pedido tarda más de 35 minutos.
Es decir que, ante una demora superior, el cadete no recibirá paga por el envío (y, como la empresa puede prometerle un tiempo de entrega no cumplible al comprador, probablemente la propina se vea también afectada).
Pero, aun así, el cadete deberá hacer la entrega lo más rápido posible pues estará en juego su calificación y, con ella, la cantidad de pedidos que reciba en el futuro (un cadete mal calificado recibe menos ofertas de entrega).
Pero, además, todas las condiciones de trabajo arriba enumeradas son pasibles de ser cambiadas en cualquier momento, y el trabajador, al no tener un contrato con la empresa, no tendría derecho a reclamar nada.
¿Es esta la economía moderna? Con condiciones como estas, los empresarios pueden esperar tranquilos la aprobación de la reforma laboral: sin salarios, jornadas ni horarios fijos, retrotraen a la juventud a condiciones de trabajo de hace dos siglos.
La juventud debe organizarse
Los trabajadores de delivery pertenecen en su mayoría a una juventud que acepta estas condiciones impuestas a falta de mejores ofertas. Las empresas los consideran “empleados autónomos”, pero la relación laboral que existe es evidente: son subordinados, no participan en los beneficios empresariales ni toman parte de ningún proceso de decisión.
En España, una sentencia judicial le dio la razón a trabajadores valencianos contra Deliveroo, una empresa de características similares a las que existen en la Argentina. En este caso, el abogado defensor de la empresa habló de una “flexibilidad positiva” y resaltó el hecho de que los empleados tienen la posibilidad de trabajar en más de una plataforma al mismo tiempo, viendo como algo positivo el dejarse explotar por más de una de estas prestadoras. Ante admisión de partes...
Estos “falsos” autónomos, en definitiva, sufren de manera ilegal la ausencia de derechos que los verdaderos autónomos sufren legalmente. La organización de la juventud precarizada de esta manera en España dió nacimiento a “RidersxDerechos”, que ha realizado huelgas y movilizaciones en busca de mejoras en las condiciones laborales.
También se está intentando avanzar en proyectos cooperativos. Mensakas, un proyecto de repartidores colaborativo basado en Barcelona, propone realizar el mismo servicio pero respetando los derechos laborales.
Si bien aún está en etapa de “crowdfunding”, es decir, esperando aportes monetarios para lanzar el proyecto, la idea de un “Uber responsable” se topará inevitablemente con los límites insalvables de la competencia capitalista. Como ya lo muestran una gran cantidad de experiencias en la Argentina, las cooperativas –si no son sostenidas por el Estado- siguen un derrotero que culmina en un proceso de autoexplotación.
Es necesario derribar esta modalidad de trabajo sin contrato. Así es como nos quiere el mercado: flexibles, sin aportes ni cargas sociales y sin servicios médicos, sin organización sindical, indemnización ni vacaciones.
Por el lado de la educación, a la medida del Plan Maestro de Finocchiaro y su reducción de contenidos, estas empresas negreras representan la máxima pauperización del nivel de conocimiento que se nos pide: bastaría ahora con, tan solo, saber andar en bicicleta. Por eso, este 11 de junio nos movilizamos a la CRES contra los ataques a la universidad y la educación pública.
Esta cuestión debe servirnos para debatir, como juventud trabajadora, qué régimen de trabajo queremos. El punto de partida deben ser nuestras necesidades, no las de las empresas.
No al trabajo a destajo o “por resultados”, nuestra salud, tanto física como psicológica, debe ser prioridad ante las ganancias de estas “facilitadoras”.