Sociedad

19/12/2022

Apuntes políticos de una victoria histórica

Argentina campeón del mundo.

El eterno festejo del triunfo

Desde el Obelisco hasta el recóndito Bangladesh, pasando por Uruguay, Venezuela y Haití (excolonia francesa), el triunfo de la selección se celebró por todo el mundo. Fue un acto de justicia, no solo porque Argentina mostró ser el mejor equipo del torneo, sino también por motivos “extradeportivos”: Mbappe, ese antipático pero descomunal jugador del combinado francés que tanto atormentó al conjunto de Scaloni en la final, ya tiene una estrella propia, conquistada con apenas 19 años (el Mundial 2018), y le quedan por delante varios campeonatos más.

Para Argentina, las cosas se planteaban de manera más dramática: 36 años desde el último título; más de 30 desde aquella dolorosa final de Italia 90 que Alemania ganó con un penal, cuanto menos dudoso, en el minuto 86 (convertido por Brehme). Esta era además, probablemente, la última oportunidad de Lionel Messi de conseguir una merecida copa, la única que le faltaba.

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En el curso de toda esta larga sequía mundialista, Maradona fue arteramente descalificado de Estados Unidos 94 y el seleccionado sufrió otras duras derrotas -las famosas “finales que perdimos”, de la canción que no paró de corearse en estas semanas.

Con esa intensidad se vivió el encuentro con Francia, que no podría haber sido tampoco más dramático por el desarrollo que tuvo.

El título encierra aún más simbolismos: es un homenaje póstumo al otro 10, el de los goles a los ingleses, el que levantó la copa en México. Nápoles, la humilde región italiana que lo vio brillar, y a la que defendió frente a los ataques racistas de Roma, fue uno de los focos de las celebraciones de ayer.

En los festejos callejeros en Argentina, no faltaron los cánticos antiimperialistas: el clásico de que “el que no salta es un inglés” y el recuerdo de “los pibes de Malvinas”.

Que el duelo final haya sido con Francia, una potencia colonial, acentúa ese rasgo. Muchos televidentes habrán notado el alto perfil (festejo de goles incluido) del presidente galo Emmanuel Macron durante la jornada. El lidera el gobierno que reprimió a la empobrecida y vapuleada comunidad marroquí, cuando esta salió a las calles a celebrar la histórica victoria que la revelación de este Mundial consiguió frente a España.

La admiración por Messi y Maradona explica en gran medida la simpatía predominante hacia Argentina en esta final del mundo. Pero en lugares como Bangladesh, alguna vez dominado por los británicos, el lazo es más profundo por tratarse de dos pueblos víctimas de los atropellos de la Corona. Las celebraciones del pueblo de Bangladesh fueron objeto de gratitud en Buenos Aires, donde ayer se vio, en los festejos cerca del Obelisco, ondear la bandera verde y roja de aquel país.

En contraste con este sentimiento popular, el gobierno del pacto con el FMI ni siquiera se mostró decidido para una medida tan elemental como declarar un feriado nacional, dando vueltas al asunto por temor a indisponer a las grandes empresas. Empresas que, como en el caso de Fate -uno de los emblemas de la burguesía nacional- querían mantener a toda costa las tareas durante el mismísimo domingo histórico.

Culmina un Mundial inolvidable, del que nunca habrá que perder de vista las condiciones en que surgió: una pulseada de negocios casi mafiosa por su organización, entre los yanquis y la corona qatarí; estadios en cuya construcción murieron miles de obreros migrantes, trabajando en condiciones de semiesclavitud.

El seleccionado argentino, con su épico triunfo, puso algo de justicia en un mundo en que queda todo por cambiar, aunque también lleve tiempo. Aunque sea en una dramática definición, como la del partido de esta final.